miércoles, marzo 29, 2006

Botellón

Quizás consigan acabar con un botellón concreto en un lugar concreto, pero nunca se conseguirá acabar con la subcultura creada en torno a él de ésta forma. Así de simple hacemos el mundo, nos resulta difícil ascender de la caverna. Que no nos engañen las sombras, busquemos el motivo subyacente, la causa que lo produce, y cuando la creamos saber actuemos en consecuencia. Se que resulta más complejo, lo sé, de eso no hay duda, pero es la forma más racional de afrontarlo. Personalmente creo que las anteriormente mencionadas causas tienen que ver con la incomunicación social a la que estamos sometidos, ya sabe el alcohol aligera cascos, pero no solo eso también la boca y las manos, pero bueno esto es solo mi humilde opinión.

jueves, marzo 23, 2006

Ilusiones

Es difícil dar un paso hacia delante cuando se circula por una sima en la que las ilusiones se pudieran convertir en prisiones. Es difícil. Pero la postura estática responde a unas leyes tan simples, que hasta el más inepto las rechazaría como punto de vista propio si fuera capaz de visionar sus resultados. Así que andemos, no hay modo de salir sin hacerlo.

miércoles, marzo 15, 2006

Recuerdo

Me desperté, parecía uno de tantos días, pero cuando giré la cabeza pude discernir una figura, una oscura silueta que se antojaba parte de una realidad onírica, hasta que me froté los ojos. Estaba de suerte, había dormido tantas y tantas veces solo que me resultaba extremadamente extraño el hecho de oír un latir ajeno, así somos de simples, en cuanto una situación se repite más de un par de veces deducimos que ésta se va a reiterar durante el resto de nuestros días.

Esa noche no había apretado los puños como me aconsejaba mi abuela para poder abandonarme antes, y así evitar un posible pronunciamiento de la neurosis y la apatía que produce la soledad. Esperé un rato, y después empecé a retozar en la cama a la espera de que ella se levantara. Al final lo conseguí, uno de mis bruscos movimientos hizo temblar el colchón. Y éste, a su vez, como la lógica inherente al ser humano hace suponer, a ella. Mientras habría sus ojos, fiel reflejo de lo que la somnolencia supone, me abracé a ella. Sorprendida pero a la vez gratificada por ello, respondió con un beso en la mejilla. Aunque pueda parecer una nimia expresión de cariño, en ese momento era lo que necesitaba, y por eso, decidí aferrarme a su cuerpo más estrechamente si cabe que la anterior vez, en un vano intento de resarcirla por mi necedad.

Nuestra precaria situación nos impedía tener una vivienda propia, por eso en contadas ocasiones, juntábamos algunas perras y nos marchábamos a un albergue de una ciudad cercana. Abstrayéndonos así de una cruel realidad, que frustraba nuestras intentonas por salir del afamado, y por ende observado desde una resignación trivializada, bucle de la vida en la ciudad.

No te voy engañar, a la sensación extrañeza del principio del relato era cierta, sí, pero sólo en parte. En un corto periodo de tiempo fue así, lo que tarda el cerebro en ordenar los libros de memoria más reciente y superponerlos sobre los antiguos. Incertidumbre, eso es lo que sentí en realidad. Empecé el relato pensando que omitiendo cierto pasaje lo acabaría cambiando, como el que a base de repetir una mentira se la acaba creyendo. Sentía incertidumbre porque sabía que no era un día cualquiera, todo a causa de que no paraba de revolotear sobre mi cabeza la amenaza de una futura soledad. La verdad es que éramos compañeros desde hacía bastante tiempo, y esto me había hecho creer que ella suponía algo intrínseco a mi vida y yo a la suya, no de forma posesiva, sino de una forma basada en la cotidianidad. Y quizás éste haya sido el mayor error de mi vida. Todavía recuerdo aquel abrazo en el que pensaba que todo podía cambiar, había recuperado la ilusión. Y otra vez se cumplió el tópico que aconseja valorar lo que se tiene. Soñé que era posible el tan venerado borrón y cuenta nueva, ¿por qué no iba a poder yo cambiar todo? Todo parecía ser... pero el tiempo, que todo erosiona, se abalanzó sobre mí descaminando lo andado ese día, y recordándome lo que soy. Y ahora me torturo rememorando.

Recuerdo las risas del autobús camino del albergue, recuerdo las discusiones banales que terminan en desenfrenadas noches de amor, la flexible textura de sus senos al meter la mano por debajo de su rígido sostén, recuerdo nuestras miradas de complicidad, nuestro cariñoso lenguaje corporal, la seguridad que me brindaba, las charlas a deshora,... recuerdo todo lo que tuve, y me hundo en la nada.

¿Hacia donde rodamos?

La verdad es que poder comprar algo y no sentirse mal por ello se está tornando verdaderamente difícil y si no vean otro ejemplo como este

domingo, marzo 05, 2006

Estudios

Hay una pauta que se reproduce cada cierto tiempo, son las campañas publicitarias disfrazadas de estudios que asedian nuestros hogares. La cerveza es buena, el vino evita 23,5 tipos de canceres y el chocolate rejuvenece la tez, invocan como si de una letanía se tratase. Al margen de la dudosa veracidad de estas afirmaciones, hay una cosa que se olvidan de advertir al anunciar: quién es la empresa que ha financiado estos estudios.

Últimamente incluso se pierde el pudor y después del reportaje se anuncia una marca. Y me parece a mí, que tan solo nos tratan como nos merecemos.

sábado, marzo 04, 2006

Yo, me, mi, conmigo

Sí, han llegado y pasado, sin hacer mucho ruido en mi vida, los carnavales. El único día del año en el que los disfraces no se ocultan. Así que, con mi habitual vagancia, escribiré sobre esto. Pero ¿Por qué centrarme en un día cuando puedo extender mi reflexión a todo el año? Así que ésta es la difícil pregunta: ¿Por qué demonios ocultamos sentimientos o los sesgamos a la hora de transmitirlos? Al fin y al cabo, el fin es el mismo tanto en carnavales como en la rutina diaria: correr un tupido velo que nos abstraiga.

La calidad de las relaciones en esta sociedad son, por lo general, pésimas. Hablo de las relaciones que no son con personas muy cercanas. Parece que la empatía y el compañerismo del que nos hablan nuestros mayores son agua pasada, al menos en la ciudad. Estas aberraciones van desde el sentirse extrañamente solo paseando entre una multitud, hasta las amistades que desembocan en agonizantes vínculos al de 10080 minutos sin contacto.

Señalando, a modo de ejemplo, casos que hasta hace poco parecían cosa única de los USA nos damos cuenta de lo que pretendo expresar. Me refiero a escenas de negación de ayuda de las que he sido participe: momentos en los que hay personas tendidas en el suelo, con evidentes signos de embriaguez, a las que nadie ayuda. Me preocupa que realmente estás escenas puedan estar convirtiéndose en comunes. ¿Acaso no es ésta la clase de disfraz que, basado en la defensa propia supongo, está haciendo de nuestra sociedad una jungla deshumanizada?


A un nivel más cercano, recuerdo mis primeros repentinos encuentros entre gente que caminó por otras vías. Se me hacia extraña la situación, siempre había compartido todo con las mismas personas y en un momento todo dio un vuelco y cambió. Cuando vives aferrado a una realidad y piensas que ésta es la única que existe es inevitable que el destino te de un azote en el culo. Cuando esto ocurre, te adhieres al nuevo contexto intentando que el tiempo haga olvidar tu antigua situación y, de repente, cuando piensas que lo has conseguido, es cuando te la vuelves a cruzar a la vuelta de la esquina. Y muchas veces esto no es lo peor.


En algunos casos al conversar sentía que existía un protocolo estandarizado de relación para ex–compañeros al que no sabía responder. Estos casos son detectables, generalmente se pasa de la sorpresa inicial a la mirada o gestos ausentes. ¡Cuán largos eran mis silencios cargados de palabras que seguían a la típica pregunta de saludo! Un recurrente ¿Qué tal todo? E inevitablemente entrábamos en el circulo vicioso del "yo baladí ¿y tú?" y en del "yo también, yo también", respuestas estas que, por su naturaleza, las forzaba a ser efímeras. ¿Cuál era el error?, ¿Cómo puede ser que dos personas capaces de intimar en un tiempo, no sean capaces de hacerlo siempre?


En ocasiones me apresuraba preguntar yo primero, creyendo que así evitaría pasar por el mal trago en que acababan transformándose las conversaciones. Quizás fuera porque la boca no se atrevía a pronunciar las palabras que el tiempo había desgastado. ¡Maldito tiempo que no es capaz de conservar lo que una vez nos dio! ¡Maldita cotidianidad que nos obliga a sumergir en el pretérito por lo que una vez luchamos! y ¡Maldito azar que actúa con nosotros como le viene en gana moldeándonos a sus anchas!