miércoles, marzo 15, 2006

Recuerdo

Me desperté, parecía uno de tantos días, pero cuando giré la cabeza pude discernir una figura, una oscura silueta que se antojaba parte de una realidad onírica, hasta que me froté los ojos. Estaba de suerte, había dormido tantas y tantas veces solo que me resultaba extremadamente extraño el hecho de oír un latir ajeno, así somos de simples, en cuanto una situación se repite más de un par de veces deducimos que ésta se va a reiterar durante el resto de nuestros días.

Esa noche no había apretado los puños como me aconsejaba mi abuela para poder abandonarme antes, y así evitar un posible pronunciamiento de la neurosis y la apatía que produce la soledad. Esperé un rato, y después empecé a retozar en la cama a la espera de que ella se levantara. Al final lo conseguí, uno de mis bruscos movimientos hizo temblar el colchón. Y éste, a su vez, como la lógica inherente al ser humano hace suponer, a ella. Mientras habría sus ojos, fiel reflejo de lo que la somnolencia supone, me abracé a ella. Sorprendida pero a la vez gratificada por ello, respondió con un beso en la mejilla. Aunque pueda parecer una nimia expresión de cariño, en ese momento era lo que necesitaba, y por eso, decidí aferrarme a su cuerpo más estrechamente si cabe que la anterior vez, en un vano intento de resarcirla por mi necedad.

Nuestra precaria situación nos impedía tener una vivienda propia, por eso en contadas ocasiones, juntábamos algunas perras y nos marchábamos a un albergue de una ciudad cercana. Abstrayéndonos así de una cruel realidad, que frustraba nuestras intentonas por salir del afamado, y por ende observado desde una resignación trivializada, bucle de la vida en la ciudad.

No te voy engañar, a la sensación extrañeza del principio del relato era cierta, sí, pero sólo en parte. En un corto periodo de tiempo fue así, lo que tarda el cerebro en ordenar los libros de memoria más reciente y superponerlos sobre los antiguos. Incertidumbre, eso es lo que sentí en realidad. Empecé el relato pensando que omitiendo cierto pasaje lo acabaría cambiando, como el que a base de repetir una mentira se la acaba creyendo. Sentía incertidumbre porque sabía que no era un día cualquiera, todo a causa de que no paraba de revolotear sobre mi cabeza la amenaza de una futura soledad. La verdad es que éramos compañeros desde hacía bastante tiempo, y esto me había hecho creer que ella suponía algo intrínseco a mi vida y yo a la suya, no de forma posesiva, sino de una forma basada en la cotidianidad. Y quizás éste haya sido el mayor error de mi vida. Todavía recuerdo aquel abrazo en el que pensaba que todo podía cambiar, había recuperado la ilusión. Y otra vez se cumplió el tópico que aconseja valorar lo que se tiene. Soñé que era posible el tan venerado borrón y cuenta nueva, ¿por qué no iba a poder yo cambiar todo? Todo parecía ser... pero el tiempo, que todo erosiona, se abalanzó sobre mí descaminando lo andado ese día, y recordándome lo que soy. Y ahora me torturo rememorando.

Recuerdo las risas del autobús camino del albergue, recuerdo las discusiones banales que terminan en desenfrenadas noches de amor, la flexible textura de sus senos al meter la mano por debajo de su rígido sostén, recuerdo nuestras miradas de complicidad, nuestro cariñoso lenguaje corporal, la seguridad que me brindaba, las charlas a deshora,... recuerdo todo lo que tuve, y me hundo en la nada.