viernes, noviembre 03, 2006

Rojo, vida.

Vivo en un pequeño reducto del mal llamado pañuelo. En realidad ni siquiera sé si vivo de una forma continuada, parece que por aquí todo se reduce a una fogosidad temporal, a un simple momento de lucidez en la inmensidad del tiempo, en un juego ajeno que corre tan rápido que sólo deja entrever la imposibilidad de atraparlo. Los campeones sin nombre de lo lúdico se ven desplazados del tablero con la salida del sol y dan paso a otro tipo de sabios que vienen abrazados de lo pintoresco. Las auras emergentes se refugian en la nocturnidad, se ven inmersas en el mar protector de las provocaciones, y fragancias corrosivas actúan de teloneros, creadoras incansables de telones. La voluptuosidad del aire es roja, el mismo rojo que el de la vida, el mismo que nace en la comisura de unos labios de carmín y muere en alguna de las lagunas inundadas de soledad.

Este era otro día en el que me volvía a encontrar sumergido, un día particular en el común de los días, sentí que el timón de la nocturnidad se dejaba acariciar y moldear por mis manos con un poder casi demiúrgico, acaso producto de una credulidad ciega. Mis ojos empezaban a moverse con la rapidez de un ser aterrado, observaban incesantemente personas, personas que podrían ser yo. El simple fluir cotidiano me arrastró hacia una tasca, aún creyente de mi incredulidad. Antes de entrar adopté una postura erguida, convencido puntualmente de que toda mi vida fue altiva.

Cuando quise darme cuenta, me vi inmerso en un local alargado de estrechas proporciones, con un espacio vacío en el primer tramo debido a la ausencia de mesas, que como el sol, se disponían al amanecer para morir poco después y renacer al día siguiente. Me adentre con decisión, hasta que mi visión alcanzaba poco más de un metro y medio. Anduve hasta la barra pidiendo un deseo y lo engullí sin miramientos, cada trago que seguía al anterior hilachaba, más si cabe, lo que en un pasado fue presente y por ende ejercía un fuerte vínculo con el status quo, como yugo del destino, que a capricho une o separa vidas. Alguien pareció surgir entre la neblina, una mujer, ciertamente atractiva, y poseedora de unos grandes senos. Se posicionó cerca de mí, la miré fijamente y pude discernir en sus ojos cada uno de los ríos rojos de vida que los surcaban. Ella parecía mantener mi mirada, incluso consiguió ejercer sobre mí cierta influencia que hizo desaparecer la nube que separaba nuestros cuerpos. ¿Tienes fuego?, me preguntó. Y yo, no sin cierto gesto de frustración, afirmé con un simple movimiento de cabeza, y seguido extendí el brazo portador del mechero. Ella me lo arrebató con fogosidad, como si habiendo interpretado correctamente mi gesto quisiera reparar el daño causado. Lentamente depositó el cigarrillo entre sus labios, estaba seguro de que aquellos labios en algún pasado, no muy remoto, habrían sido fruto de las pasiones de hombres de toda condición. Giró su cabeza, sin duda dejándome apreciar su mejor perfil, para que su humo se perfilase sobre los demás. Me devolvió el mechero, y se sentó a una distancia prudencial sobre un taburete de bajo coste, lo suficientemente alto como para poder imaginar los entresijos de sus imponentes piernas. En su soledad mantenía un silencio sepulcral, pero a cada bocanada, el disidente humo intentaba frustrar ese silencio, creando un agravio a la misma boca que lo vio nacer. Yo no me atreví a importunarla, la sellazón de sus labios parecía contener mayor fe que cualquiera de las religiones oficiales. Pidió un wisky cola, y Manuel diligentemente se lo sirvió. Tragaba y tragaba como quizás tubo que hacer en el pasado, esos aciagos ojos no engañaban. No pude aguantar más. ¿Cómo te llamas?, pregunté, y con una mirada inteligente me respondió demostrándome lo absurdo de mi pregunta. ¿Qué sentido tenía preguntar el nombre de los que nunca son llamados? Su esoterismo había ganado el pulso a la poca razón que en mí quedaba, y aunque parca en palabras, fue tan certera que la creí capaz de desentrañar el significado de la esencia de la vida con apenas palabras. En mi ensoñamiento llegué incluso a olvidar su presencia física, momento que aprovechó para dejar una magna estela desde el lugar donde se encontraba hasta la salida por donde entró. La realidad se me volvía a escapar…

6 Comments:

At 3:02 p. m., Blogger indianala said...

Magistral Josu, tu relato se mueve...viaja por la mirada, condensa, se sumerge por la roja sangre y estalla sin posible continencia.
Abrazo.

 
At 4:43 p. m., Anonymous Anónimo said...

he venido revisando lo tuyo con detenimiento
me lo llevo a veces como un sandwich de versos y el viento me lo bebo y recuerdo lo que dices

a veces,

me siento simbolista en mi andar poetico y te veo como caminas el mismo camino,

felicidades en tus simbolos

de verdad, desde el alma poetica

saludos

GZ

 
At 1:55 a. m., Blogger el mono azul said...

Un encuentro efímero fascinante Josu

 
At 2:36 p. m., Anonymous Anónimo said...

Cuantos encuentros parecidos al que relatas hemoas tenido a lo largo de nuestra vida. Muy bueno

 
At 12:02 a. m., Blogger Ettoretum said...

Y la soledad, de inerte y gaseosa se solidificó en forma de una mujer y jugó conmigo y me convenció con su humo. Y cuando se desvaneció añoré su cuerpo, deseé el abrazo de su soledad.

Desconcertante y fascinante relato. Te aplaudo!

 
At 7:20 p. m., Blogger Darkhorse1974 said...

Te dejo un abrazo apañero.

 

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